HIJOS.
“Esos seres minúsculos, ridículos
y, en el fondo
los mayores tiranos”.
-Rafa’s-.
Nacen
ellos solos y entre lloros llegan a nosotros, rodeados de personas ajenas a
ellos. pero en una interrelación momentánea y simbiótica. Cuando los arropamos
fundimos nuestros cuerpos y arropamos nuestras vidas con ellos.
Entonces
es cuando comprendemos que somos el mejor futuro para ellos, aún cuando no
terminamos de saberlo y ellos lo ignoran totalmente. Solo a través del amor que
les damos es lo mejor y la más perfecta oportunidad de demostrarlo y no debemos
dejarlo escapar.
Durante el crecimiento, sin querer vamos anclando nuestros lastres, defectos y nuestros lazos, haciéndonos co-dependientes de y con ellos, y es tal la relación que llegamos a asumir que nos pertenecen en el sentido literal de la palabra. Con el paso del tiempo vamos anclando nuestros actos a sus vidas y poco a poco nos subordinamos a ellos.
Pasa el tiempo, y se desvinculan de nosotros, sus padres, como quien se desteta y comienzan a navegar en sus propias aguas. Y, un día de repente descubrimos que no los conocemos, que ya no tienen nada de nosotros en ellos. Y ese día, se torna en la soledad y desolación.
Fijémonos los hijos, no son “nuestros”, no nos pertenecen, SE PERTENECEN a ellos mismos, a su nuevo entorno a sus vidas, a sus nuevos ritmos ansias y necesidades, son ellos y sus nuevas circunstancias. Nosotros pasamos a otros planos.
Saber
reconocer, y aprender ésta lección, es el principal aprendizaje que tenemos que
hacer en nuestra vida como padres.
Saber
aprender a respetarlos, aun cuando nuestro ego nos dictamina que nos
pertenecen. Y seguimos poniendo la etiqueta “mis/nuestros hijos”.
Saber
reconocer su identidad propia, con sus circunstancias, nos libera y los libera potenciándolos con el
cariño de los padres.
“Los hijos son hijos del mundo”
-Gibran Khalil Gibran-.
-Del libro COMENZAR EL CAMINO
pag. 9, autor
Rafa’s-.
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