CUENTO DE LA ARAÑA.
En su viejo tronco moraba, la
araña; desde pequeña se acomodó al
espacio.
Era un viejo tronco, carcomido por las termitas, estaba ahuecado por el tiempo la maleza lo circundaba, dándole un aspecto de dejadez de viejo, de abandono.
Ella, se sentía cómoda era su
espacio, su lugar, sin cesar repasaba la tela que ella misma se había tejido,
una tela que se difuminaba en el espacio para no ser vista y engañar a sus
presas.
La tela tejida incesantemente por ella de hilo fino, era sensible a los cambios, sensible al toque, sensible al movimiento que la avisaba de que una nueva presa había caído.
Era estrecha y fina, para no ser divisada por sus presas y así poder pasar inadvertida en el lugar.
Aún cuando la posible humedad
del rocío de la noche la pudiera delatar, la araña hábilmente se paseaba por
ella, para esparcir las gotas que se posaban en la tela.
En ocasiones caía alguna rama o pasaba algún animal grande y rompía o dañaba la tela, su tela; y ella paciente, sin prisas, pero con ganas volvía a rehacerla, cosía y recosía de nuevo la tela, incansable e incesante retomaba la labor y retomaba el modo de engañar a sus presas.
Y mientras ella, agazapada en un rincón, se mantenía a la espera de una nueva victima, de una nueva presa, a la espera del momento.
Así permanecemos nosotros, a
la espera, como una araña, tejiendo nuestras historias y nuestras vidas a
diario, despacio y lentamente, retejiendo nuestras mentiras y nuestras medias
verdades, que no las verdades enteras.
Así, nos comportamos manteniendo esa tela, que si nos la rompen, volvemos a retejerlas, volvemos a recomponerlas, ya que nuestras vidas dependen de ella.
Y, si no vemos muy acorralados, o extenuados, nos cambiamos de sitio y volvemos a comenzar. Estamos tan acostumbrados a nuestra tela que la vemos y nos la creemos y no somos capaces de vivir sin ella.
Pero también, actuamos como
una presa, cuando caemos en esas telas de arañas, que nos tejen a nuestro
alrededor y en donde a veces nos acomodamos y otras veces, nos atan y
malvivimos atados en ellas.
Siendo victimas, muchas veces no de los otros, sino de nosotros mismos, y muchas de las veces porque es más fácil dejarnos quietos como victimas a revolverse y salir de la tela.
Era un viejo tronco, carcomido por las termitas, estaba ahuecado por el tiempo la maleza lo circundaba, dándole un aspecto de dejadez de viejo, de abandono.
La tela tejida incesantemente por ella de hilo fino, era sensible a los cambios, sensible al toque, sensible al movimiento que la avisaba de que una nueva presa había caído.
Era estrecha y fina, para no ser divisada por sus presas y así poder pasar inadvertida en el lugar.
En ocasiones caía alguna rama o pasaba algún animal grande y rompía o dañaba la tela, su tela; y ella paciente, sin prisas, pero con ganas volvía a rehacerla, cosía y recosía de nuevo la tela, incansable e incesante retomaba la labor y retomaba el modo de engañar a sus presas.
Y mientras ella, agazapada en un rincón, se mantenía a la espera de una nueva victima, de una nueva presa, a la espera del momento.
Así, nos comportamos manteniendo esa tela, que si nos la rompen, volvemos a retejerlas, volvemos a recomponerlas, ya que nuestras vidas dependen de ella.
Y, si no vemos muy acorralados, o extenuados, nos cambiamos de sitio y volvemos a comenzar. Estamos tan acostumbrados a nuestra tela que la vemos y nos la creemos y no somos capaces de vivir sin ella.
Siendo victimas, muchas veces no de los otros, sino de nosotros mismos, y muchas de las veces porque es más fácil dejarnos quietos como victimas a revolverse y salir de la tela.
-del
libro PENSARES, parte III
autor ©Rafa’s-
Interesante cuento
ResponderEliminarGracias por tu comentario
EliminarMuy bueno , gracias por compartir
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario
EliminarSanta paciencia la de la araña, tejiendo y retejiendo los rotos que la propia vida ocasiona. No se queja, no se lamenta de su mala suerte. Simplemente vuelve al trabajo. Una buena lección de vida.
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